Tantas
veces se abren las puertas, tanta gente, tantos, y tan pintorescos estilos, todo
amor y desamor, miserias y linajes y como no, tragedias.
Discurren, se agarran a la barra para no caerse, no todo el mundo puede ocupar un asiento. En otros tiempos se hubiese cedido el sitio a alguno de ellos, por su longevidad o su estado.
Algunos juegan a no caerse, sin sujeción. Equilibrios que a veces acaban en el suelo, echan un pulso al movimiento y a la suerte del recorrido.
Discurren, se agarran a la barra para no caerse, no todo el mundo puede ocupar un asiento. En otros tiempos se hubiese cedido el sitio a alguno de ellos, por su longevidad o su estado.
Algunos juegan a no caerse, sin sujeción. Equilibrios que a veces acaban en el suelo, echan un pulso al movimiento y a la suerte del recorrido.
Entrar
y salir, quedarse. Colores en ropas variopintas y elegantes o ridículas,
discordantes o simples vestimentas cómodas de andar sin prisas.
No
hay miradas de consuelo, ni de aprobación, simples de reojos que hacen sospechar
de la sospecha de la ceguera, de la incomodidad de ser delatados en sus
indeseados estados.
Escaparates
de caras que invitaban a adivinar sus vidas. Ahora es fácil.
No
hay nada más que esconder, pero tampoco que enseñar.
Me
siento. No hay charla, no hay conversación, no hay nada. No hay abrazos, ni
besos, no hay caricias ni arrumacos. No se cogen las parejas ni siquiera de las manos.
No se ven, no se contemplan, no es cabal, no puede ser ni sano. De sus orejas
cuelgan cables que ayudan a la sordera y a enmudecer a los otros seres humanos.
Materiales
fríos, sin alma y sin cuerpo, escondidos, que soban y someten a estrictos
repasos.
Silencio,
hay silencio.
Fugazmente toco al que se sienta a mi lado. Debe estar vivo ya que parece haber rechazado ese escueto roce. No me ve, solo se aleja, rehúsa cualquier situación que, por su cercanía, le separe del amparo de lo que cubren sus orejas o lo que contienen su manos.
Fugazmente toco al que se sienta a mi lado. Debe estar vivo ya que parece haber rechazado ese escueto roce. No me ve, solo se aleja, rehúsa cualquier situación que, por su cercanía, le separe del amparo de lo que cubren sus orejas o lo que contienen su manos.
Material
inerte, numérico, iluminado y deseado.
Parece que la ceguera les haya secuestrado.
Parece que la ceguera les haya secuestrado.
Como
podemos dejarnos invadir por la osadía de perder la calidez de una mano, de un
abrazo, del susurro, de la compañía.
Descubro
una leve sonrisa en la inercia de la persona de enfrente. Linda sonrisa pienso,
si la pusiera a disposición de los demás viajeros y no al ordinario ingenio de
quien las mentes ha acallado.
¿Estamos
muertos o vivos?.
No
podemos seguir obviando que no tenemos nada si no unimos nuestros más profundos
hallazgos.
Estamos
alienados, obstruidos, disecados, insensibles y maltratados, pero nadie se
levanta, nadie sale de esa sinergia que nos ha silenciado.
Si
tuviera lugar una sola conversación cara a cara. Si se pusiera rostro a
aquellos que por su desgracia calla. Si se escuchara el murmullo de la risa, y
gritaran las gargantas. Si se agarraran bien fuerte a quien a su lado se
sentara. Si derramaran colores, y se pintaran la cara y salieran del letargo y
encontraran su mirada.
Si volvieran a ver, si su ceguera se curara.
Yo
me bajo en la siguiente, espero que me vean mañana.
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